Reseña

La experiencia de la salvación en jesucristo, debe ser la más grande vivencia, y el más transformador acontecimiento de todo ser humano.

Pasar de muerte a vida, de condenación a salvación, del infierno al cielo, se debe celebrar en la tierra, tanto como se celebra en el cielo.

Este evento, que es el inicio de una historia de amor, que va para largo y que continúa en la eternidad, debe ser sustentado y constantemente actualizado por la refrescante presencia del Cristo resucitado, y la revelación continua de su persona en nosotros, a través del Espíritu Santo.

Todo aquel que inicia el auténtico camino cristiano debe mantener viva la pasión y el amor por Jesucristo. Los gélidos vientos que aparecen en la vida y que todos algún momento soportamos, no deben apagar esa suprema pasión y primer amor por jesucristo, de quien, por la fé, nos enamoramos sin haberlo visto.

Buenas son las doctrinas, necesarias las creencias, valiosos los principios y mandamientos sobre los cuales descansará nuestra fe y nuestro cristianismo. Pero mientras la esencia del supremo amor a Dios sea la llama encendida que sustente nuestro existir, será la primigenia razón para proseguir la carrera, bendecir la familia, servir al señor y ejercer ministerio.

Todo gira alrededor, y todo depende del amor permanente e inalterable que le brindemos a nuestro amado Señor Jesús, nuestro kyrios, nuestra primicia sobre todas las cosas. el verdadero amor no admite falsificación. prefiero un aprendiz que ame, que un experto que engañe. el primero puede aprender, pero el segundo tendrá que volver a nacer.

De eso trata el contenido de este libro-manual para nuevos convertidos. más que credos y reglamentaciones, es un sencillo llamado a avivar desde hoy y por siempre nuestro compromiso de amor a Jesús, el príncipe resplandeciente de la mañana, el sol de justicia, el testigo fiel, el alfa y omega, el que abre y nadie cierra, el eterno y gran Yo Soy.

Que vivamos intensamente y que recordemos, como si fuera hoy, el día en que Jesús nos encontró, nos revivió, nos lavó, nos curó. eso produjo en nosotros, y debe seguir produciendo, el gozo de la salvación, la alegría de la conversión del alma, y el regocijo de saber que nuestros nombres están escritos en el libro de la vida.