Elias, Schrödinger y el Gato que Nunca Murió
Porque a veces estar vivo y muerto es solo cuestión de perspectiva
No todos los gritos se oyen. Algunos se esconden detrás de una sonrisa
forzada, en el eco de una risa que no llega al alma o en el movimiento
automático de quien sigue adelante, aunque todo dentro de él esté roto.
Él aprendió a callar antes de aprender a hablar con el corazón. La
vida le enseñó pronto que en algunos lugares, sentir era un lujo y
soñar, una provocación. Creció entre paredes que no siempre lo
protegieron, en un mundo que parecía haberlo olvidado antes de
haberlo conocido.
No fue un héroe. No salvó a nadie, no cruzó océanos, no tuvo un
maestro sabio que le diera respuestas. Lo que tuvo fue hambre. Hambre
de justicia, de verdad, de algo que no doliera tanto. Lo que tuvo fue
cansancio. Cansancio de esperar, de intentar, de creer. Pero también
tuvo algo que nadie pudo quitarle del todo: una chispa. Un hilo de
fuego que, incluso en los peores días, ardía bajito pero constante.
Este no es un cuento de hadas. Es una historia real. A veces
amarga, a veces cruda. Pero también es una historia de alguien que,
en lugar de rendirse, decidió escribir. Porque si el mundo no iba a
contar su historia, entonces lo haría él. Y lo haría en tercera persona,
porque duele menos. Porque a veces, es más fácil hablar de uno mismo
cuando se finge que se habla de otro.
Esta es su historia. Tu historia. Y aún no termina.