Entre el amor y el deber: Escenas de la campaña de 1882 y 1883 en el Ecuador
Siempre que la situación política de mi patria ha venido a visitar mi pensamiento, he sentido oprimirse de angustia mi corazón y contristada mi alma de dolor. No será posible que el Ecuador progrese, ni se levante de la postración del atraso lamentable en que se encuentra, si el iris de la paz no fulgura en su cielo obscurecido por la densa bruma de las guerras civiles, si la ambición de algunos hijos bastardos no se agosta al fuego del patriotismo. Se vierten lágrimas de amargura al contemplar radiantes de progreso y gloria a naciones hermanas, que se han levantado a gran altura, por haberse cimentado en ellas el trabajo y la honradez, extinguiéndose los abusos de ciertos piratas, que tratan de hacer de la patria el manto de Cristo, la gamella de su codicia, mientras que consideramos a la nuestra sin esperanza de prosperidad. Quiera el cielo disfrutemos también nosotros de bienhechor sosiego, y miremos desaparecer las luchas intestinas, que sumergen esta pobre nación en el caos de la barbarie, y enervan su prosperidad. La leyenda que a continuación ofrezco a mis lectores, es sugerida por los acontecimientos de la guerra civil de 1883. La ambición de un hombre ha hecho retroceder un siglo al Ecuador en su brillante carrera de progreso. Ojalá no vuelva a aparecer en nuestra desdichada patria un nuevo Sardanápalo que la sumerja en el cieno de la abyección y el atraso.
Si cual se anuncia en el título, es histórica mi leyenda,no por esto se crea que en todos los puntos que en ella se encuentran, exista la verdad de la historia, no. La gran lucha de la Restauración, así como sus dos célebres batallas en Quito y Guayaquil, son hechos resplandecientes entre nosotros; más al relacionarlos no me he ceñido estrictamente a la historia. Finalmente, el pálido ensayo literario que hoy dedico a mis compatriotas requiere demasiada benevolencia. La idea que me ha impulsado a trazar estas líneas es la de ensalzar de algún modo a los campeones de la libertad que, a costa de sangre y heroicos sacrificios, hundieron la tiranía de un déspota en los campos de batalla, restableciendo nuestra dignidad abatida y vilmente pisoteada. Ojalá, de alguna manera, haya conseguido mi laudable propósito; y espero que en atención a esto se me concederá la indulgencia que invoco, para que se disimulen los defectos en que naturalmente debe abundar mi humilde trabajo.