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ISBN 978-9942-27-199-0

Lírica médica azuaya. Tomo II

Autor:Maldonado Aguilar, Aurelio Amadeo
Colaborador:Maldonado Aguilar, Aurelio Amadeo (Compilador)
Editorial:Universidad Católica de Cuenca
Materia:Poesía ecuatoriana
Clasificación:Poesía
Público objetivo:General
Publicado:2023-07-17
Número de edición:1
Número de páginas:502
Tamaño:15x21cm.
Encuadernación:Tapa dura o cartoné
Soporte:Impreso
Idioma:Español

Reseña

TOMO II

Siguiendo la producción de Agustín Cuesta Vintimilla, viene como cauda, desde el primer volumen, una buena parte de su producción literaria.

Ricardo Jauregui Uriguen (1884). Logré recoger de este médico cantor una muy considerable y valiosa producción, protegida en humildes pero valiosas publicaciones y en libritos y separatas como: Copas de absintio, La vida es martirio, Flores de ensueño, Cadencias de otro día, Margarita y primaverales, que desglosan una nutrida temática y elevada poesía.

Emiliano J. Crespo Astudillo (1885), un ilustre médico, controversial y polémico, con una importante producción literaria, que canta en forma diferente, pues pasea su poesía en amorosas dedicatorias como a Francia y Cuenca, poemas del hogar, poesías varias y otros muchos atadillos de títulos muy sugerentes. No hay que descuidar que manejaba muy bien la poesía burlesca, donde sus dardos llegaban raudos y risueños a determinados personajes de la política: “Un ratón cayó en un pozo/ vino un gato y lo sacó/y el ratoncito gozoso/en un ¡flush! Se lo comió/ /Al de humilde condición siempre le toca ser pato/ pues si el indio es el ratón/el abogado es el gato”.

Miguel Ángel Moreno Serrano (1886). Empieza demostrando, con su importante producción, que el poema se hereda, enredado en los más profundos pliegues del alma. El apellido Moreno, no descansa, pues, generación tras otra, continúa por versificar y con gran factura. En esta colección veremos algunos de ellos.

Ricardo Márquez Tapia (1886). Tiene una producción no tan extensa, de la que pude recaudar lo que viene; sin embargo, con seguridad existirá más líneas en cuadernos olvidados o en manos de sus descendientes, pues su hija Inés fue poeta también y yo mismo publiqué sus poemas, años atrás, en otro libro antológico, llamado Mujeres poesía.
Manuel Moreno Mora (1891). La herencia persiste. Este autor, Manuel, junto con un grande de la poesía, su hermano Alfonso, que no fue médico, razón por la cual no está aquí presente, inauguran una época de muy alto valor lírico en el Azuay. En la torre de marfil, la flauta de berilo, y otras tantas recopilaciones, que sin duda las descubrirán en las páginas interiores de este volumen, dicen y declaran, a claras voces, que en el Azuay no se puede aun saber por qué magia produce altos kilates de poesía entre su gente.

Luis Roberto Chacón y Rumbea (1894). Declama desde Cañar, su tierra, bellas composiciones literarias, con un hondo sabor bucólico y nostálgico. Como se nota en sus escritos, que fue un hombre de una bondad certera. Su nieto, mi amigo, el doctor Fernando Silva Chacón, ayudó en esta recopilación y es bueno como fue su abuelo, al punto que es mi compadre a quien distingo.

Leer esta estrofa que sigue demuestra la verdadera realidad de un personaje amante de su tierra y sus creencias, dispuesto a dar todo de sí por sus pacientes y su vida misma, regalarla en una mansa paz del alma: “Señor, si tu calvario fue de espinas/y viviste en el mundo con tormentos/dejaste en la Ascensión, en las colinas/una lluvia de sol y encantamientos”.

José María Astudillo Ortega (1896). Con una importante producción, irrumpe en las letras con una inusitada forma de canto. En su cortísimo poema titulado “Plumada”, dice: “quédame esta laceria de recuerdo/como la sangre en la reciente herida…/! soy un poseso: acaso sea un cuerdo/ en este manicomio de la vida”.

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