Lírica médica azuaya. Tomo VI
TOMO VI
Vicente Cuesta Ordóñez
Expatriado a otras provincias, vivió lejos de Cuenca, su tierra y lodo. Poeta que cantó en muchas voces y motivos. Cordial y filial, recordó a muchos en sus líneas y la naturaleza también fue su empeño lúcido y sentido: «El lago se ha dormido/de cara bajo el cielo,/ como enorme cristal/ entrampado en el tiempo;/ hechizo de volcanes,/ de cumbres y de páramos».
Magdalena Molina Vélez
Nombrarla es reconocer su cultura. Luchadora insistente en bien de la elevación del proceder humano. Su mano acarició muchas instituciones donde fue adalid del progreso siempre. No podía dejar su espíritu selecto de pergeñar la poesía.
José Aurelio Aguilar Maldonado
Sus hijos, con inmenso cariño, recaudaron su producción, guardada sin publicar, cosa que no me explico. Él, mi Tío, fue mi diseñador en la medicina y en la vida. Me aconsejó y mostró los cielos y los barrancos. Sus hijos publicaron un volumen de su producción y sistematizaron cronológicamente en su paso por la vida. Murió joven, a los 60 años, mas vive en sus letras.
Agustín Cueva y Cueva
Murió en una tragedia que conmovió a Cuenca entera, mas nos dejó una producción literaria dulce y diáfana: «Era salido de un afán sin nombre,/como la espuma que produce el mar,/ como un gemido del dolor difuso,/ como una pena… como el verbo amar».
Rubén Tenorio Oramas
Su especialidad en sicología le brindaba especial sutileza y entendimiento del ser y sus eternos conflictos. Consejos en consulta y sus versos tienen un doble interés en lo profundo del siquismo: «Formaste en mis sentidos el amor y hoy/ contemplamos su última, definitiva sombra».
Ernesto Cañizares Aguilar
Escritor nato. Su prosa es magnífica y sus poemas traslucen el sentimiento de múltiples vivencias, conflictos, penas y alegrías. Escribir, para él, no significa escarnio. Emergen sus letras sin romper las aguas: «En un día cualquiera cuando los ríos/lloraban con aguas de montaña/ en la habitación de un hospital amigo/ mi madre volvió a caminar/ sobre nubes blancas».
Rosendo Rojas Reyes
Mi profesor y amigo. Siempre sonriente y feliz. Sufrió, sí sufrió, pero no perdió su proverbial sentido del humor fino y sagaz. En sus manos el amor fue un juego. Lo demuestra qui: «supongo que al final de este camino/ sin señales ni salidas,/ echaremos nuestro amor al firmamento/ a viajar sin rumbos ni leyes/ a disiparlos en olvidos y distancias».
Alejandro Ugalde Noritz
Múltiple en su versificación. Repasa muchos estantes en donde la vida pone sardineles de penas y alegrías: «Dime que hoy he pecado/ dudando de su verdad,/ que detrás de sus ojos verdes,/ siempre existió la verdad. Otro sendero: Señora del anfiteatro,/ hablemos un momento/ en este templo raro/ de tantas cosas de la vida/ y otras tantas de la muerte».
Gustavo Vega Delgado
Una inmensa amistad, admiración y respeto me alivianan el camino para decir que estamos frente a un grande, en muchos campos. Rector de rectores, escritor enormemente prolífico en prosa, político decente de los que no existen ya en nuestra patria, embajador, con una erudición y mente prodigiosas, músico, médico y siquiatra de ribetes de esplendoroso consejo y todo, de una manera humana, humilde y sabia. Hoy edita algo que es vanguardia. Un audio libro, los lenguajes del cuerpo, donde su voz y sabiduría se entrelaza con sonidos sinfónicos y bellos: «Fuimos uno/ confundidos en todo/ deliramos corduras/desatamos la brisa».