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ISBN 978-9942-27-209-6

Lírica médica azuaya. Tomo IV

Autor:Maldonado Aguilar, Aurelio Amadeo
Editorial:Universidad Católica de Cuenca
Materia:Poesía ecuatoriana
Clasificación:Poesía
Público objetivo:General
Publicado:2023-07-17
Número de edición:1
Número de páginas:0
Tamaño:24.5Mb
Soporte:Digital
Formato:Pdf (.pdf)
Idioma:Español

Reseña

TOMO IV

Carlos Aguilar Vazquez (1897). Su formidable opción de versificar y de que su alma se encuentre en consonancia, comunión, amoríos, con la naturaleza y la condición humana e incluso divina, fue la verdadera causa para su infinita temática de versificación y su abundante producción, pero, además, no solo abundante, sino también rítmica, melodiosa y metafórica, al punto de dejar al lector que acaricia su lectura, en trance, razonamiento y contemplación de lo tratado en el poema.

Logra aquella introspección del lector que le dio fama y que se le pidiera, con frecuencia, encargos literarios, si se pueden llamar así, para determinados momentos sociales o himnos para instituciones públicas y educacionales.

Fue un poeta de alto estro. Fue un verdadero artista de la palabra y metáfora y todo con una extraña personalidad de humildad y entrega sin rédito económico, si no, tal vez, el mayor de todas las ganancias, la inmortalidad: “mientras el mundo deshojaba flores/ en mi camino con mentido encanto, / i alegre sonreían mis amores/ era mi corazón cáliz de llanto”: ¡magistral! Viendo un jilguerillo escribe:

Jilguero del alizar,

que dulces quejas exhalas,

esperas para volar

que te de él sol en las alas.

No se alza de la llanura

sin alas el corazón

y no descubre la altura

el vuelo que no es canción.

Jilguero del alizar,

que dulces quejas exhalas,

esperas para volar

llevarte el sol en las alas.

Me gustaría proponer algo atrevido, pues estoy seguro que no me equivoco, pues yo lo hago y nunca falla. Abran las páginas de sus dos voluminosos libros de poesía, donde caigan sus dedos y lean lo que se abre allí al viento y a sus ojos. Léanlo en cualquier página que abran. Sus canciones en el libro aparecerán entre sus manos y verán, entonces, que son hermosas y que no me equivoco.

Sea donde fuere, se descuelga un poema bello, con flecos de alma y destellos de nubes. Nunca me falló. Su producción es mágicamente regular, brillante y frutal. Debo decir, sin tener en cuenta aquello de la sangre. Tengo que gritar lejos del filial cariño. Debo confirmar —pues sé lo que digo—, que su producción es lo mejor de toda esta maravillosa colección poética. Perdonen quien difiera de criterio, lo respeto, pero es en mí este aserto, veraz y confirmado. Y así vamos abriendo al azar sus hojas. Así pues, caigo en un poema chiquitito: “Agua clara”:

En las regiones del eterno frío,

la cumbre preguntole al claro río

cómo llenó la sima pavorosa

de agua tan cristalina y tan hermosa

y el agua respondió con voz segura:

a fuerza de correr y de ser pura.

Se los dije. Nunca falla.

En su vida, diría, de hermosa pobreza, fue parco en gastos y en superfluas melodías, pero —contaba su hija y su mujer, que fue una santa— que fueron a Europa nadando sobre olas y que cuando se encontraba frente a la morrocotuda historia del Viejo Continente, sabía con pormenores y con detalles de minucioso estudio, lo referente a las esculturas, monumentos y arte incomparables que allí se despliega frente a nuestras manos y ojos, de una manera insólita y hermosa.

Cómo olvidar que, en sus estancias campesinas ancestrales, donde fue feliz como un jilguero, cantó sus más hermosos poemas de una honda nostalgia como “Sol de la Tarde”:

Entre cimas cubiertas de verdura

se alza la casa de la vieja hacienda

dos eucaliptus para darle sombra

entrelazan sus verdes cabelleras.

Al frente una montaña verde oscura

hunde en el cielo su sinuosa cresta

i su entraña parece ha desgarrado

para en ella esconder parcas dehesas.

Un hilo de agua que de lejos viene

junto a la casa, como roto en perlas,

salta gracioso y en la muelle alfombra

se pierde de sembríos y praderas.

En un jardín cercano los rosales

ora extienden púrpura en las cercas,

ora sus flores blancas en el techo

o entre los brazos de la cruz enredan.

No deja de ser un enorme material poético de una exquisita confluencia. Nada de procacidades ni altisonancias. Mucho de metáforas de orden muy variado. Musicalidad y ritmo que sorprenden. Diría que fue en su tiempo lo correcto. Hoy, sin decir que sea feo, la poesía es más directa y sin mucha artesanía. Se dice lo que se quiere y el papel todo lo soporta. Todo va cambiando y en esta colección que recopila 150 años de poemas, se ve claramente lo que afirmo. He aquí lo valioso. Que se encuentre en una recolocación de todo, sin antologar nada y que el lector futuro sea quien dictamine y conceptúe.

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