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Reseña

Como signo de una insatisfacción o desasosiego más general con nuestra civilización, algunos autores señalan que en la actualidad existe un “malestar de la medicina” (parafraseando el conocido libro de Freud) que se expresa en síntomas más o menos evidentes: médicos desilusionados, soluciones agotadas, pacientes desengañados, popularidad rampante de las llamadas “medicinas alternativas”, y una espiral creciente de los costos (1).

La aparición de la pandemia del COVD 19 ha desatado ancestrales temores y reanimado multitud de teorías conspirativas, ecos de profecías apocalípticas. Algunos teóricos arriesgan la hipótesis de que esta nueva dolencia, que se extendió por todo el planeta ocasionando la muerte de millones de personas e impactando la economía, la política y las ideas, es resultado del desajuste ocasionado por la industrialización generalizada en el modelo económico globalizado y la concepción según la cual la Naturaleza está allí como una especie de almacén de donde nuestra especie puede extraer infinitos productos, sin preocuparse por los desequilibrios que cause. Se han recordado otras pestes que han asolado anteriormente y otros casos de dolencias zoonóticas que pasan virus del Reino Animal a la Humanidad, pero la rapidez del contagio y la abundancia de mensajes apocalípticos que ha motivado, ha puesto de relieve de nuevo el obsesivo temor acerca de nuestra salud, como ausencia de enfermedades, pero más allá, y siguiendo las definiciones de la Organización Mundial de la Salud, el logro de un estado de bienestar deseado.

Desde los tiempos hipocráticos, se ha considerado a la Medicina como una práctica que combina las habilidades, intuiciones y destrezas específicas de un arte, y, por otra parte, los conocimientos sistemáticos, obtenidos en indagaciones rigurosas, apegas a métodos lógicamente fundamentados, propios de la ciencia, en este caso de varias ciencias de las cuales extrae los saberes: la física, la biología, la química, la bioquímica, la genética, etc. Pero la Medicina tradicional siempre se le concibió como centrada en el “Encuentro clínico” entre el paciente y el médico.

La Medicina entonces desarrolló una cultura peculiar, un sistema educativo específico y una literatura característica, que incorpora conocimientos de una gran variedad de ciencias: física, química, biología, ingenierías diversas de los instrumentos. Últimamente, por una parte, especialmente la que proviene de la epidemiología, se ha enfatizado la importancia de los factores del medio ambiente y los estilos de vida en las patologías. Es decir, cuestiones que trascienden lo que tradicionalmente se reducía al encuentro clínico de médico y paciente, para abarcar elementos tales como las políticas del Estado orientadas hacia el bienestar de la población y a paliar los graves desequilibrios ecológicos causados por el aparato productivo altamente consumidor de energía y recursos.

Al mismo tiempo, ha tenido lugar una revolución en las ciencias biológicas, moleculares y celulares. El edificio de la Medicina parece alcanzar nuevos niveles y altura, pero también luce como ligeramente desequilibrada, a semejanza de una inmensa Torre de Pisa. Los confusos sentimientos de insatisfacción, a pesar de toda esta parafernalia científica y tecnológica, se manifiestan en una intranquila búsqueda de sentido.

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